jueves, 13 de agosto de 2009

Días de Radio: Una invasión Oficial

El ruido era inconfundible. Lo teníamos encima todos los días, menos, afortunadamente, el crucial primer día en que una falla providencial lo mantuvo en tierra. Lejano al principio, en unos cuantos minutos el violento girar de las aspas del helicóptero del gobierno del Estado bailaba amenazante sobre nuestras cabezas.
Las frágiles viviendas de cartones y tablas se sacudían, como también se sacudían los ánimos y los puños de la gente acá abajo, que en instintivo movimiento se agrupaba para retar inútilmente a la tripulación a bajar.
Pero esa súbita irrupción en una noche tranquila de abril nos trastornó. ¿De noche? ¡Y dos! En el profundo silencio de una madrugada sin sonidos -la invasión, lamentablemente, no incluía servicio eléctrico- el trepidante ruido de dos helicópteros puso de pie a todo mundo.
Sin embargo, había algo extraño, diferente, en la rutina de las máquinas, aparte del horario. No estaban encima de nuestras cabezas, sino a un lado, en el costado oriente. Y desplegando una intensa luz blanca, iban y venían en lentos y cortos círculos.
No eran movimientos propios de la embestida policíaca que inicialmente temíamos. De cualquier manera, todo el personal del rondín de vigilancia se colocó a lo largo del margen oriente de la invasión, listo para lo que viniera. Y junto con ellos, hombres, mujeres que ya no íbamos a poder dormir esa noche, y los chavos aventureros que corrían a acumular todo el material que pudiera servir para formar barricadas.
Lo que nos comunicaron los compañeros que salieron a investigar las causas de semejante movimiento fue increíble: los helicópteros guiaban nada menos que una invasión de cientos de familias que ocuparon todas las manzanas, vacías hasta entonces, entre la prolongación de Bernardo Reyes y el vecindario al oriente de Tierra y Libertad. Los vieron bajar de camiones y otros vehículos cargando grandes lonas con las siglas de la CTM y aseguraban que llegaron reforzados por patrullas. Era una invasión oficial, pues, autorizada por el Gobernador interino Luis M. Farías, quien decidió con esa medida preventiva impedir que la mancha invasora de Tierra y Libertad continuara extendiéndose hacia esa zona del Topo Chico.
Una medida desesperada y hasta inteligente, de no ser porque abusaron de su éxito. Unos meses más tarde, considerando que ya no había riesgo de que esos terrenos fueran invadidos por Tierra y Libertad, los líderes oficiales comunicaron a “su” gente que la misión estaba cumplida y saldrían a ocupar, ahora sí, sus terrenos definitivos, allá por los tiraderos de San Bernabé. Sólo que para entonces estos vecinos ya se encontraban muy a gusto en el lugar y los más decididos acudieron a pedir apoyo a Tierra y Libertad para impedir la reubicación, formando así la Colonia “Felipe Angeles”. Los menos decididos a juntarse con el diablo, pero inconformes también con servir de veladores de los intereses de un puñado de terratenientes, simplemente amenazaron a sus dirigentes con cambiar de chaqueta. No le quedó a las autoridades otro consuelo que declarar la zona dividida en dos sectores: los posesionarios “de buena fe” y nosotros, los “de mala fe”.

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