domingo, 19 de junio de 2011

En NL no fueron los Halcones, sino el oportunismo y la corrupción quienes dieron muerte al movimiento estudiantil

Simbólica como la flama frente al edificio de la Rectoría de la UANL, fue la conmemoración del 10 de junio por un puñado de universitarios que no dejaron pasar en blanco aquella fecha cuyo significado para la historia de las luchas estudiantiles y la historia de la lucha de clases en México no ha sido debidamente valorado.
El 10 de junio tiene ese profundo significado que no puede reducirse a un acto ritual de aniversario. Fue el cierre brutal, sangriento, de un ciclo: el período de ilusiones del movimiento democrático, que en Nuevo León y algunos otros Estados de la República había sobrevivido a Tlatelolco.
El pueblo de este país, que libró una larga y cruel guerra civil para sacudirse 30 años de dictadura porfirista sólo para montar sobre sus espaldas 40 años de dictadura priísta (a finales de los 60s) había encontrado una válvula de escape en el movimiento estudiantil. El déspota Estado mexicano bajo el poder monolítico del PRI no toleró su existencia; las matanzas del 2 de Octubre y del 10 de junio lo demostraron palpablemente.
A los ojos de muchos estudiantes, el 10 de junio refrendó la advertencia fatal de Tlatelolco. Había que cambiar, pues, las armas de la crítica por la crítica de las armas. El sector más radicalizado del movimiento comenzó a preparar la organización y las acciones de la guerrilla urbana, tendencia que culminaría con la formación del la Liga 23 de Septiembre a la que el Estado mexicano combatió ferozmente, con sus cárceles clandestinas, la tortura, la muerte e incluso la cooptación.
El 10 de junio hizo ver a otro sector del estudiantado que toda lucha al margen de las masas populares estaba condenada al fracaso. La consigna fue salir de las universidades e integrarse a la vida, el trabajo y la lucha diaria de los pobres de la ciudad y del campo. Esta tendencia logró importantes avances en algunos lugares del país, para luego sufrir graves retrocesos por el oportunismo de sus dirigentes. Nuestra experiencia en la lucha universitaria y con los trabajadores pobres nos confirma que la integración con las masas es el camino correcto.
Para la mayoría del estudiantado, que no tomó las armas ni se integró a la lucha popular, sino que siguió en las aulas, sobrevino después del 10 de junio una ola reaccionaria hasta la desmovilización total. Con muchos estudiantes acosados por la búsqueda policiaca de nexos con los guerrilleros, otros paralizados por la propaganda de la Universidad-fábrica que llamaba a abandonar los movimientos reformistas y constituir brigadas revolucionarias (con lo cual se alejaban de ambos), se desarrolló paralelamente una feroz lucha por la Universidad como botín, cuyos episodios más lamentables fueron la entrega del Ulisismo en brazos del Echeverrismo, la alianza del Partido Comunista con los enemigos históricos de la Autonomía y la democracia universitarias, la escisión del Sindicato Universitario (STUANL) y el reconocimiento del Estado a Ernesto Villarreal Landeros, dejando en la calle a más de 400 trabajadores; el olvido de las consignas de lucha (paridad en el Consejo Universitario y Juntas Directivas y rechazo a la Junta de Gobierno) interrumpidas al levantarse el movimiento después del 10 de junio.
Resultado de este agudo proceso de descomposición fueron: el regreso al poder de quienes habían sido desalojados de la Rectoría por el movimiento estudiantil, la institucionalización del porrismo, la cooptación y desprestigio de los líderes de “izquierda” apoderados de una o varias direcciones escolares, la conversión del STUANL en un sindicato blanco y la lógica desmoralización y desmovilización del estudiantado ante tanta corrupción y oportunismo. De esta cama no se ha vuelto a levantar el movimiento estudiantil, hace ya más de 30 años.
La represión del 10 de junio costó la sangre de los universitarios de México: los del Poli, de la UNAM, de la Ibero, de las Prepas Populares, que aquel día a pesar de los graves riesgos decidieron manifestar su solidaridad con el movimiento de la UANL. Y desgraciadamente el resultado en Nuevo León fue contrario al esperado, en lugar de reivindicar el sacrificio de sus camaradas, el movimiento democrático universitario se fue a pique hasta desparecer. Claro que los menos responsables fueron los y las jóvenes estudiantes. Culpar también al Gobierno por represor y reaccionario es otra vulgar muestra de oportunismo; del enemigo de clase no se puede esperar mas que agresión en cualquiera de sus formas y la organización se desarrolla y fortalece superando estas pruebas.
El nuevo movimiento estudiantil que surja debe aprender de estos errores para no repetirlos y debe desarrollar el método de crítica y autocrítica para fortalecer sus filas; deberá partir de las necesidades más sentidas por la base estudiantil y buscar la ligazón con las graves necesidades del pueblo. Será el mejor tributo para los caídos el 10 de junio.

2 comentarios:

  1. No se ahora pero en mi paso por la UANL (90's) si bien el movimiento etudiantil nunca fue de miles si lo fue de cientos de estudiantes en diferentes facultades. Yo creo que historicamentesiempre ha habido estudiantes y uno que otro maestro que han ersistido y han dado la lucha desde sus posibilidades, capacidades y sobre todo condiciones.

    La UNAL es un espejo de la sociedad neolonesa y viceversa.. no se puede entender la una sin la otra..

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  2. Que no fue el gobierno?

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