domingo, 11 de septiembre de 2011
La experiencia histórica del 11 de Septiembre
No nos referimos aquí al 9/11 norteamericano, hecatombe de un día, revivida durante diez años mas los que hagan falta al revanchismo imperialista, a través de las imágenes repetidas hasta el infinito, de las inmensas columnas de humo que se pierden en las alturas, mientras llueven cuerpos que la desesperación lanza al vacío, para concluir con la escena apocalíptica del derrumbe cuyas nubes de polvo persiguen a la multitud indefensa y desconcertada, escenas que con todo su catastrofismo se verían pálidas junto a las nunca filmadas escenas de Hiroshima y Nagasaki cuando el gobierno yanki decidió lanzar sobre éstas la bomba nuclear, o el tampoco filmado terror de la población civil vietnamita abatida diariamente en la Ruta de Hanoi por los raids de la aviación norteamericana con lluvia de napalm, la gelatina de fuego, por citar solo unos ejemplos de población civil indefensa, víctima de agresiones inhumanas por parte de la potencia que se atrevió a preguntar ¿Porqué nos odian?
Esa dolorosa experiencia podrá fácilmente analizarla y asimilarla el pueblo norteamericano cuando deje de ver a través de los ojos de su gobierno y de sus voraces empresas transnacionales, cuando se refleje en los ojos de los pueblos oprimidos y saqueados por su gobierno y el de las otras potencias imperialistas.
Aquí nos referimos a otro 11 de Septiembre, al que en 1973 puso fin a la ilusión de llegar al socialismo por la vía pacífica, al que recordó a los explotados del mundo que ningunas elecciones, decretos o discursos, van a despojar a la clase dominante de sus privilegios; que para conservarlos, esta clase no vacilará en recurrir a todos los medios a su alcance: al Parlamento y a los jueces si, como fue el caso, perdió temporalmente el Poder Ejecutivo, a la interpretación a conveniencia de la ley y a la violación de ésta si no le conviene; a la calumnia y el engaño a través de sus medios masivos de desinformación, a la intriga para desunir al pueblo y sus aliados, a sus relaciones con el capital internacional, al sabotaje, al terror, al crimen y, cuando todo eso no sea suficiente, a su último y más seguro recurso: la intervención del ejército para someter al pueblo.
Todo esto lo vivió el pueblo chileno durante el breve período de gobierno de Salvador Allende, llevado a la presidencia de su país por una coalición de partidos: la Unidad Popular, donde los partidos más influyentes eran el Partido Comunista y el Socialista.
Allende llegó a la presidencia con una mayoría muy precaria; 36 por ciento de los votos, apenas dos puntos arriba del segundo. El Parlamento tenía incluso poder de veto y podría convocar a nuevas elecciones, pero Allende negoció con el Partido Demócrata Cristiano la aprobación parlamentaria, a cambio de compromisos para respetar la legalidad, la propiedad privada y las fuerzas armadas.
En realidad, Allende no tenía que haber hecho ese compromiso. El estaba profundamente convencido de la necesidad de respetar los caminos institucionales; creía también en la tradición de legalidad del ejército chileno. 60 años más tarde, Allende cometió en Chile el mismo error que el mexicano Francisco I. Madero: nombró Ministro de Defensa a su futuro verdugo. Sólo que Madero nunca se dijo marxista.
Por esos años, la “izquierda” chilena estaba profundamente influida por las tesis revisionistas del Partido comunista de la Unión Soviética (PCUS), una de las cuales respaldaba el criterio de que era posible llegar a poder e incluso al socialismo por la vía electoral. El Partido Comunista de China (PCCh) rechazó totalmente esas tesis y denunció al PCUS como partido revisionista, culpable de engañar a las masas con teorías contrarias a las enseñanzas de Marx y Lenin.
De la Revolución de 1848 a la Comuna de París (1871), Marx y Engels sacaron la conclusión de que el proletariado tendría que oponer a la violencia reaccionaria la violencia revolucionaria y que necesitaba imponer su dictadura de clase frente a la dictadura de la burguesía. De no hacerlo así, los explotadores aplastarían a sangre y fuego la revolución. Lenin llamó “renegados” a quienes se decían marxistas pero no preparaban a las masas para enfrentar la violencia reaccionaria. Marxista no es el que se limita a reconocer la lucha de clases, decía Lenin. “Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto es en lo que estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado”.
La atención del mundo se centró esos años en el proceso chileno; el resultado tendría repercusiones internacionales. Quizás podía derribar una de las tesis claves del marxismo y confirmar lo correcto del nuevo rumbo de la dirigencia soviética: pacifismo en la lucha de clases a nivel nacional, agresiva expansión en la política internacional. Pero la burguesía y sus aliados del imperialismo norteamericano no estaban para ensayos y pusieron una vez más las cosas en su lugar. A cacerolazos, a tancazos y finalmente con el golpe militar.
El pueblo chileno con la clase obrera a la cabeza aguantó las consecuencias de la crisis política y económica estoicamente y muchas veces se batió heroicamente. Frente al enemigo cada vez más provocador, en vano pidió armas al Presidente. Además, en el proceso nunca se llegó a conformar un partido proletario que pudiera organizar desde abajo la defensa del gobierno de la UP. Sin un partido proletario al frente, sin unidad de principios ni unidad táctica, el pueblo chileno sufrió una terrible derrota frente a sus enemigos que sí estaban unidos, con el ejército listo para cumplir su misión histórica: aplastar la lucha popular.
Salvador Allende murió heroicamente en el Palacio de La Moneda, en cumplimiento del mandato popular que lo eligió Presidente. Su muerte heroica y su gobierno, sin duda lleno de buenas intenciones para el pueblo chileno, no deben sin embargo, hacer olvidar esta tremenda lección histórica: las clases dominantes nunca van a dejar sus privilegios por la vía pacífica. Y para todos los pueblos que en sus luchas se topan con partidos o dirigentes reformistas, no olvidar la terrible lección que dejaron Pinochet, la burguesía chilena e involuntariamente, los reformistas y revisionistas chilenos: “el reformismo, por el hecho mismo de sacudir hasta sus cimientos la sociedad burguesa sin atreverse a destruirla, acaba por constituirse en la antesala de la contrarrevolución” (R. Mauro Marini).
Olvidarlo es traicionar la memoria de las decenas de miles de chilenos asesinados, torturados o desaparecidos, además de Salvador Allende.
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Excelente catedra de Historia............Magistral................
ResponderEliminarVerulo Murillo
de todos modos iba a ser un socialismo de pobreza mi estimado.... nada bueno iba a salir de alli...solo mas sangre... era un pais atrasado...ni marx recomendaria nada de eso...
ResponderEliminar"Ni Marx recomendaría eso"! Vaya intérprete de Marx... Casualmente, desde la Rusia zarista, la construcción del socialismo sólo ha iniciado en países pobres y atrasados.
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