miércoles, 16 de marzo de 2011

La Radio y los días: Cuando tomamos Cintermex


22 de abril de 1993. Unos días antes de esta fecha, el gobernador Sócrates Rizzo García había plantado groseramente a una comisión de la Asociación Civil “Tierra y Libertad”, la cual desde hacía varios meses le solicitaba audiencia en demanda del retiro de 120 mil toneladas de inmundicias que degradaban la vida de miles de familias residentes en el indeseable vecindario de la antigua Planta Industrializadora de Basura.
Por fin, Rizzo García concedió la audiencia, solamente para posponer varias veces la hora de su arribo y al final, después de una inútil espera de más de cuatro horas, mandar decir que había tenido que retirarse.
Para los burlados integrantes de la ACTyL era evidente el mensaje del gobernador: él no daría un paso más allá de la “manita de gato” que había ofrecido, es decir, tapar con tierra (como los gatos) las montañas de desechos. No gastaría un solo peso en desalojar la basura ni entendía porqué personas habituadas a vivir junto a la mierda ahora pretendían contar con áreas verdes, canchas deportivas y ¡el colmo… hasta con una alberca!
-- “Sacar toda esa basura –nos habían dicho ya otros alcaldes y gobernadores- es más caro que todo lo que construyamos ahí”. Y así dejaban pasar un año tras otro, años en los que invariablemente la temporada de vientos alzaba llamas colosales que amenazaban con brincar la calle y hacer explotar los tanques de una gasera vecina. Pero si no eran las llamas, era el hollín pegajoso que se adhería a los rostros, a la ropa, a las paredes, y eran los lixiviados, esos pútridos pantanos formados por el jugo de la basura, y los hedores después de las lluvias y el deprimente panorama que nos condenaba a criar a los hijos en ese ambiente miserable.
Así que el soberbio desprecio de Rizzo solamente nos confirmó en la convicción de que nada harían de propia voluntad las autoridades por cumplir nuestra demanda del retiro del basurero histórico de Monterrey, como nada habían hecho en 12 años o más a partir del cierre de la planta por incosteable. Nos confirmó también la convicción de que tendríamos que hacer algo mucho más enérgico para obligar a las autoridades a entender que no podrían fácilmente burlarse de seres humanos con dignidad y conciencia de su derecho a un ambiente sano para educar a los hijos
La oportunidad llegó en esos mismos días: el 22 de abril Monterrey sería la sede del XI Encuentro Internacional de Gobernadores Fronterizos en las lujosas instalaciones de Cintermex. Cinco gobernadores mexicanos y cuatro norteamericanos se darían cita en esta pujante e industriosa ciudad. El gobierno que tantas veces se había negado a escucharnos nos oiría bien fuerte ese día… si lográbamos burlar el cerco policiaco.
Era un problema serio, porque un grupo de 15 personas podría pasar desapercibido al atravesar la ciudad, podría incluso colarse en el edificio, pero fácilmente sería sacado a empujones. Habría que reunir de 150 a 200 personas con experiencia en estas batallas y movilizarlas rápida y lo mas sigilosamente posible. Mientras, volver a solicitar audiencia con mansa resignación para dar confianza al gobierno de que aceptábamos la derrota. Y preparar pancartas bilingües, diccionario en mano, porque habría prensa extranjera y le interesaría conocer las condiciones infrahumanas que nos llevaban a protestar en tan solemne evento. Asegurarse del convencimiento en la justeza de la causa, que nos daba la fuerza moral para enfrentar lo que viniera.
El día anterior observamos los accesos. Medimos la velocidad media, considerando que, como siempre, habría mayoría de mujeres, algunas de ellas también como siempre, cargando a sus hijos. Solo dispondríamos de unos segundos entre la llegada de las peseras rentadas, atravesar la explanada de acceso y penetrar por las múltiples puertas de cristal del edificio. Ocho peseras en convoy y retacadas de gente eran muy notorias, así que definimos dos rutas separadas, pero con el mismo horario de llegada con puntualidad inglesa. Y una vez llegados, corrimos hacia las puertas.
Cuando la polícía quiso detenernos ya estábamos adentro. Cuando quisieron localizar a los líderes, ya la masa los empujaba hacia el “salón internacional”.
Cuando comenzaron a amenazarnos, levantamos las pancartas y la voz a todo lo alto. Hasta entonces, el Secretario y el Director de Gobierno llegaron para ofrecer todas las garantías de solución si nos íbamos en ese momento. “A otro perro con ese hueso”, dijo la gente que había sufrido el desaire de Rizzo, pero también el de muchos otros funcionarios anteriores a él. Y se mantuvo firme, amenazando con rebasar a los furiosos pero impotentes guardianes de las escaleras.
Por fin, bajó el gobernador. El exdirigente del espartaquismo local en sus años mozos mal podía disimular su ira, pero presumió ante la prensa de la democracia que imperaba en el Estado y que permitía esas manifestaciones y aceptó por fin firmar el compromiso de sacar la basura de la exPlanta Industrializadora.
La prensa al día siguiente se daba a la tarea de elucubrar qué fuerzas extrañas habrían orquestado ese acto de sabotaje a tan importante reunión, en el cual y como prueba, gente ignorante del pueblo portaba pancartas en inglés con impecable ortografía.

Nota: la basura se retiró principalmente durante el período del gobernador sustituto Benjamín Clariond en 1996; una Unidad Deportiva con alberca se construyó por el alcalde Jesús Hinojosa en 1997.

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