jueves, 14 de enero de 2010
La tragedia de Haiti, suma de sismos naturales y sociales
Dolor y muerte, parecen ser el sino de Haiti, “Tierra de Montañas”.
A menos de veinte años de la llegada de Colón a la isla que los conquistadores llamaron “La Española”, una hecatombe sin paralelo en la historia había exterminado al 80 o 90 por ciento de la población. Según los números de diferentes investigadores, de 300 mil a un millón de habitantes originales que tenía la isla, en 1508 sólo sobrevivían 60 mil, hasta la virtual extinción: unos 500 en 1574. El ángel de la muerte cayó sobre el país en forma de guerra de conquista, de enfermedades desconocidas, de jornadas de trabajo agotadoras hasta la muerte.
La isla fue vuelta a poblar de la manera más cruel. Miles de hombres, mujeres y niños de raza negra fueron arrancados de sus remotas tierras para trabajar como esclavos. Ni siquiera tuvieron el consuelo de los religiosos que protegían a los indios, pues aquellos vieron en la llegada de los esclavos la providencial salvación de los escasos indígenas sobrevivientes.
Entonces la isla fue desgarrada entre franceses y españoles; con el sudor negro se levantaron las ricas plantaciones de la parte occidental, hoy Haiti.
Cuando los ecos de la insurrección de Túpac Amaru se apagaban en el Alto Perú, dio inicio el formidable levantamiento de los esclavos negros de La Española; precisamente en esos momentos la revolución francesa descabezaba a Luis XVI y al régimen feudal y levantaba la bandera de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad.
El antiguo esclavo Touissant Louverture aprendió a leer con esas palabras y dirigió con habilidad militar y política la lucha de los esclavos, derrotando sucesivamente a las tropas francesas, españolas y británicas, para ser el segundo país de América –sólo después de Estados Unidos- en conquistar su independencia, y el primero -60 años antes que Estados Unidos- en abolir la esclavitud.
Esta hazaña extraordinaria de un pueblo analfabeta, surgido de las miasmas de la esclavitud, con el estigma de pertenecer a una raza inferior, al poner un ejemplo al mundo de amor a la libertad, se la cobraron mil veces las potencias que iniciaban el desarrollo capitalista, con intromisiones que atizaron golpes de Estado, guerras civiles y saqueos, hasta llegar al siglo XX, cuando el gobierno de Estados Unidos ocupó militarmente el país y salió sólo para dejar en el poder a la bestial dinastía de los Duvalier, padre e hijo.
Este par de sátrapas amasaron riquezas fabulosas mientras su pueblo se convertía en el mendigo de América; a cambio, el imperio yanqui, se aseguraba de que la influencia de la revolución cubana no se propagaría en Haití.
Cuando la infinita corrupción de “Babe Doc” Duvalier estorbó hasta a sus protectores gringos y desatada ya la furia popular, el gobierno norteamericano se aseguró de que con la fuga de este criminal la incipiente democracia no atentaría contra sus intereses económicos y militares. El último intento por sostener a un gobernante con apoyo del pueblo, fue frustrado cuando en 2004 tropas yanquis sacaron del país al Presidente Jean Baptiste Aristide y lo refundieron en Africa.
La pequeña nación que fue hace más de 200 años faro de libertad en América, quedó convertida en el país al que no se le perdona el pago de la deuda externa aunque posea el mayor desempleo, mayor tasa de analfabetismo, mayor tasa de mortalidad infantil y una de las mayores densidades de población en el continente (en un territorio menor a la mitad de Nuevo León habitan casi 10 millones de habitantes), población que ha abandonado el campo deforestado para hacinarse en las ciudades, en miserables chozas sin servicios e inseguras, ahora convertidas en tumba para miles y miles de personas.
Haiti, víctima de las fuerzas desatadas de la naturaleza, de ciclones y terremotos, sufre tanta mayor devastación porque antes ha sido víctima de las implacables fuerzas del capitalismo salvaje. Sin duda, todo lo que hay de conciente y solidario en el mundo debe acudir en auxilio de este pueblo hermano, sin olvidar que hay fuerzas más destructivas que reclaman ser enfrentadas con la unidad y la organización de los explotados y oprimidos del mundo.
A menos de veinte años de la llegada de Colón a la isla que los conquistadores llamaron “La Española”, una hecatombe sin paralelo en la historia había exterminado al 80 o 90 por ciento de la población. Según los números de diferentes investigadores, de 300 mil a un millón de habitantes originales que tenía la isla, en 1508 sólo sobrevivían 60 mil, hasta la virtual extinción: unos 500 en 1574. El ángel de la muerte cayó sobre el país en forma de guerra de conquista, de enfermedades desconocidas, de jornadas de trabajo agotadoras hasta la muerte.
La isla fue vuelta a poblar de la manera más cruel. Miles de hombres, mujeres y niños de raza negra fueron arrancados de sus remotas tierras para trabajar como esclavos. Ni siquiera tuvieron el consuelo de los religiosos que protegían a los indios, pues aquellos vieron en la llegada de los esclavos la providencial salvación de los escasos indígenas sobrevivientes.
Entonces la isla fue desgarrada entre franceses y españoles; con el sudor negro se levantaron las ricas plantaciones de la parte occidental, hoy Haiti.
Cuando los ecos de la insurrección de Túpac Amaru se apagaban en el Alto Perú, dio inicio el formidable levantamiento de los esclavos negros de La Española; precisamente en esos momentos la revolución francesa descabezaba a Luis XVI y al régimen feudal y levantaba la bandera de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad.
El antiguo esclavo Touissant Louverture aprendió a leer con esas palabras y dirigió con habilidad militar y política la lucha de los esclavos, derrotando sucesivamente a las tropas francesas, españolas y británicas, para ser el segundo país de América –sólo después de Estados Unidos- en conquistar su independencia, y el primero -60 años antes que Estados Unidos- en abolir la esclavitud.
Esta hazaña extraordinaria de un pueblo analfabeta, surgido de las miasmas de la esclavitud, con el estigma de pertenecer a una raza inferior, al poner un ejemplo al mundo de amor a la libertad, se la cobraron mil veces las potencias que iniciaban el desarrollo capitalista, con intromisiones que atizaron golpes de Estado, guerras civiles y saqueos, hasta llegar al siglo XX, cuando el gobierno de Estados Unidos ocupó militarmente el país y salió sólo para dejar en el poder a la bestial dinastía de los Duvalier, padre e hijo.
Este par de sátrapas amasaron riquezas fabulosas mientras su pueblo se convertía en el mendigo de América; a cambio, el imperio yanqui, se aseguraba de que la influencia de la revolución cubana no se propagaría en Haití.
Cuando la infinita corrupción de “Babe Doc” Duvalier estorbó hasta a sus protectores gringos y desatada ya la furia popular, el gobierno norteamericano se aseguró de que con la fuga de este criminal la incipiente democracia no atentaría contra sus intereses económicos y militares. El último intento por sostener a un gobernante con apoyo del pueblo, fue frustrado cuando en 2004 tropas yanquis sacaron del país al Presidente Jean Baptiste Aristide y lo refundieron en Africa.
La pequeña nación que fue hace más de 200 años faro de libertad en América, quedó convertida en el país al que no se le perdona el pago de la deuda externa aunque posea el mayor desempleo, mayor tasa de analfabetismo, mayor tasa de mortalidad infantil y una de las mayores densidades de población en el continente (en un territorio menor a la mitad de Nuevo León habitan casi 10 millones de habitantes), población que ha abandonado el campo deforestado para hacinarse en las ciudades, en miserables chozas sin servicios e inseguras, ahora convertidas en tumba para miles y miles de personas.
Haiti, víctima de las fuerzas desatadas de la naturaleza, de ciclones y terremotos, sufre tanta mayor devastación porque antes ha sido víctima de las implacables fuerzas del capitalismo salvaje. Sin duda, todo lo que hay de conciente y solidario en el mundo debe acudir en auxilio de este pueblo hermano, sin olvidar que hay fuerzas más destructivas que reclaman ser enfrentadas con la unidad y la organización de los explotados y oprimidos del mundo.
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