La Sra. Smith desconoce entonces la historia del Vasconcelismo, movimiento que sí estuvo incluido en el vibrante documento "Memoria y Conciencia" de la I Asamblea del Movimiento Yo soy 132, realizada el 30 de mayo en la UNAM.
Precisamente, rescatar la memoria de los pocos éxitos y los muchos fracasos de los movimientos populares es indispensable para ahorrar tropiezos, para no iniciar siempre desde abajo, como si no hubiera ya escalones conquistados a precio de lágrimas y sangre, como si la historia comenzara con cada nuevo episodio de la lucha de clases.
Hace 83 años, la juventud universitaria de México se empeñó en enfrentar la brutal dictadura de Plutarco Elías Calles, convertido en el hombre fuerte de México tras el asesinato de Álvaro Obregón, crimen achacado al cristero León Toral, pero cuya autoría intelectual atribuía el rumor público al propio Calles. En realidad, Obregón y Calles se habían erigido en amos absolutos del país tras el asesinato de los principales jefes de las fracciones revolucionarias: Zapata en 1919, Carranza en 1920, Villa en 1923, y de multitud de rivales menores como Francisco Serrano en el alevoso rimen de Huitzilac y Arnulfo Gómez (1927).
Calles declaró demagógicamente concluida la era de los caudillos e iniciada la época de las instituciones; fundó ese 1929 el Partido Nacional Revolucionario (PNR, primer nombre del actual PRI), que fue durante siete décadas ininterrumpidas el instrumento político de la burguesía mexicana para consolidar su dominio en México. Aquel año, Calles impulsó descaradamente la candidatura de un títere suyo para la Presidencia de México: Pascual Ortiz Rubio, identificado por el pueblo como “Nopalito”.
Contra esa imposición, surgió la figura de José Vasconcelos, antiguo maderista, Ministro del Presidente de la Convención de Aguascalientes Eulalio Gutiérrez, primer Secretario de Educación Pública con Álvaro Obregón y ex Rector de la Universidad Nacional de México.
Con esa mística, los jóvenes incendiaron el país con su fogosa energía y su palabra llena de ardorosa fe hasta el Mesianismo, depositada en su candidato. De pasada, los principales dirigentes del Vasconcelismo se involucraron en la lucha que llevó a reconocer la Autonomía de la Universidad Nacional ese mismo año; Autonomía mutilada, claro está, por la imposición de una Junta de Gobierno.
Pero la principal preocupación de los jóvenes era sacar adelante la candidatura de El Maestro, como llamaban a su candidato, al que dotaron de intenciones muy por encima de sus pretensiones reales.
“Vasconcelos hará un gobierno socialista” –llegaron a decir en su entusiasmo, mientras las plazas se llenaban con gente atraída por la sinceridad y elocuencia de la muchachada.
Ese año, complicado por la gran crisis económica mundial, el gobierno que presidía Emilio Portes Gil bajo el puño de Calles, solucionó uno tras otro los problemas que aparecían como más graves que la campaña vasconcelista: la rebelión de los Generales encabezados por Gonzalo Escobar, la rebelión Cristera y el movimiento universitario por la Autonomía. Conseguido esto, se lanzó a golpear y a detener a cualquier precio a la columna principal de apoyo del Vasconcelismo: los jóvenes.
Comenzaron las provocaciones, las persecuciones, la cárcel y el asesinato. El más destacado y prometedor de los jóvenes dirigentes, Germán del Campo, fue asesinado en septiembre de 1929. Hasta que, llegadas las elecciones el 17 de noviembre de ese año, a punta de balazos y sobre los cadáveres de ciudadanos inermes, el PNR se apoderó de las urnas y las llenó de votos para anunciar su triunfo rotundo.
Vasconcelos huyó al extranjero, desde donde publicó el Plan de Guaymas, en el cual proclamó su Presidencia legítima y el desconocimiento de los poderes dado el colosal fraude callista, así como su decisión de exiliarse “mientras el pueblo puede hacerme respetar como su candidato triunfante…”.
Los jóvenes vasconcelistas esperaron en vano el regreso de su caudillo. Este viajo a Estados Unidos y Europa, donde se dedicó a escribir sus memorias y sus simpatías por los regímenes fascistas.
El movimiento al que entregaron algunos su vida y todos su energía, esfumado el caudillo, se disolvió en la frustración. Uno de los destacados vasconcelistas, Adolfo López Mateos, llegaría a la Presidencia de la República desde donde aplastó al movimiento ferrocarrilero en 1958.
El Vasconcelismo fue recordado en el discurso del movimiento 132; faltó decir que como experiencia negativa, por la utilización de la juventud por un dirigente oportunista burgués, pero sobre todo, por la falta de una línea política correcta que orientara y sostuviera el trabajo de los jóvenes con las grandes masas populares que creyeron en ellos.
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