miércoles, 9 de diciembre de 2009
La Radio y los días. Injusticia circular: la lucha por la tierra en Topo Chico
1926. Se calculaba que hasta los años de la revolución, los grandes capitalistas y terratenientes Domingo Treviño, Santiago Belden, Francisco Armendáiz y Arcadio Cavazos habían despojado a la comunidad de San Bernabé del Topo Chico de un 60 por ciento de terrenos laborables. La desequilibrada composición de la Asamblea de Accionistas de la Comunidad permitía el despojo. La multitud de pequeños accionistas apenas representaba una fracción del poder de decisión de los grandes socios, quienes sostenían como Presidente de la Junta Directiva a Joaquín Armendáiz, hijo de don Francisco, el emigrante español convertido en poderoso capitalista y terrateniente de esta ciudad.
Los pobladores del Topo Chico llegaron al límite de la tolerancia cuando en 1922 la Junta Directiva de la comunidad, presidida por Armendáiz, cedió una franja de tierra a Silvano Delgado, accionista y fuerte introductor de ganado en la región. Delgado mandó cercar sus nuevas propiedades, impidiendo el acceso natural a aquellas partes del cerro por donde los vecinos sacaban cargas de leña y piedra. La situación tomó el carácter de agravio a la comunidad. Por siglos, los comuneros habían subido al cerro a utilizar los escasos recursos que la naturaleza avara ofrecía a los empobrecidos vecinos. Ahora, los hombres del dinero no sólo los despojaban de las mejores tierras, sino incluso del acceso al cerro.
Una noche de diciembre de ese año, los pobladores del Topo Chico llenaron el local de la escuela. Hasta los más pacíficos exigieron acabar con esa situación de muerte lenta, al precio que fuera necesario. Hombres de pocas palabras, esa noche hallaron las suficientes para recordar con ironía que el pueblo mexicano, sus campesinos, principalmente, acababan de irse a morir por todos los rincones del país para terminar por siempre con los odiados terratenientes y los abusos de los poderosos, pero parecía que su sangre más bien estaba sirviendo de abono a esa mala hierba.
En ese momento, algunos de los pequeños accionistas comunicaron a la reunión que desde hacía un año los grandes propietarios habían decidido acelerar la disolución de la comunidad, temerosos de de ser afectados por los repartos agrarios que se efectuaban en otras latitudes del país. Comprendieron todos que estaban no sólo en gran desventaja de fuerzas, sino en una carrera casi perdida contra el tiempo.
El desaliento cortó en seco las discusiones que por momentos habían cobrado un calor inusitado entre aquellos hombres acostumbrados a callar.
Alguien intervino entonces para hacer ver que la unidad de los pequeños accionistas con la mayoría de los vecinos sin tierras, era la salvación. Unidad en torno a un objetivo común: la restitución de tierras para quienes realmente las trabajaban, tal como habían demandado los campesinos del sur. Tenían la razón y la fuerza moral, que al final darían la victoria por encima de leyes injustas y ejércitos que respaldaran a éstas.
Hombres sencillos, rudos, comprendieron cabalmente el mensaje de uno de los suyos: tenían la fuerza de la razón y si además se unían, tendrían la fuerza de la unidad y la decisión de luchar. Oyeron también que muchos campesinos de todo el país exigían el cumplimiento de las promesas de la revolución: eran los agraristas, que pedían tierras para cultivar y armas para defenderlas. Los comuneros del Topo Chico también levantarían la bandera del agrarismo.
Esa noche, las palabras valieron por los silencios pasados y futuros y cuando volvieron a los humildes jacales, no había más dudas ni incertidumbres. Los habitantes del Topo se habían puesto de pie e iniciarían una ardua e intensa lucha por la restitución de tierras.
El 12 de agosto de 1926 se decretó la dotación de 1440 hectáreas para constituir el Ejido de San Bernabé del Topo Chico.
83 años después, los nietos de algunos de los protagonistas de aquellas luchas se hacen millonarios con ventas fraudulentas de las que fueron tierras ejidales.
Los pobladores del Topo Chico llegaron al límite de la tolerancia cuando en 1922 la Junta Directiva de la comunidad, presidida por Armendáiz, cedió una franja de tierra a Silvano Delgado, accionista y fuerte introductor de ganado en la región. Delgado mandó cercar sus nuevas propiedades, impidiendo el acceso natural a aquellas partes del cerro por donde los vecinos sacaban cargas de leña y piedra. La situación tomó el carácter de agravio a la comunidad. Por siglos, los comuneros habían subido al cerro a utilizar los escasos recursos que la naturaleza avara ofrecía a los empobrecidos vecinos. Ahora, los hombres del dinero no sólo los despojaban de las mejores tierras, sino incluso del acceso al cerro.
Una noche de diciembre de ese año, los pobladores del Topo Chico llenaron el local de la escuela. Hasta los más pacíficos exigieron acabar con esa situación de muerte lenta, al precio que fuera necesario. Hombres de pocas palabras, esa noche hallaron las suficientes para recordar con ironía que el pueblo mexicano, sus campesinos, principalmente, acababan de irse a morir por todos los rincones del país para terminar por siempre con los odiados terratenientes y los abusos de los poderosos, pero parecía que su sangre más bien estaba sirviendo de abono a esa mala hierba.
En ese momento, algunos de los pequeños accionistas comunicaron a la reunión que desde hacía un año los grandes propietarios habían decidido acelerar la disolución de la comunidad, temerosos de de ser afectados por los repartos agrarios que se efectuaban en otras latitudes del país. Comprendieron todos que estaban no sólo en gran desventaja de fuerzas, sino en una carrera casi perdida contra el tiempo.
El desaliento cortó en seco las discusiones que por momentos habían cobrado un calor inusitado entre aquellos hombres acostumbrados a callar.
Alguien intervino entonces para hacer ver que la unidad de los pequeños accionistas con la mayoría de los vecinos sin tierras, era la salvación. Unidad en torno a un objetivo común: la restitución de tierras para quienes realmente las trabajaban, tal como habían demandado los campesinos del sur. Tenían la razón y la fuerza moral, que al final darían la victoria por encima de leyes injustas y ejércitos que respaldaran a éstas.
Hombres sencillos, rudos, comprendieron cabalmente el mensaje de uno de los suyos: tenían la fuerza de la razón y si además se unían, tendrían la fuerza de la unidad y la decisión de luchar. Oyeron también que muchos campesinos de todo el país exigían el cumplimiento de las promesas de la revolución: eran los agraristas, que pedían tierras para cultivar y armas para defenderlas. Los comuneros del Topo Chico también levantarían la bandera del agrarismo.
Esa noche, las palabras valieron por los silencios pasados y futuros y cuando volvieron a los humildes jacales, no había más dudas ni incertidumbres. Los habitantes del Topo se habían puesto de pie e iniciarían una ardua e intensa lucha por la restitución de tierras.
El 12 de agosto de 1926 se decretó la dotación de 1440 hectáreas para constituir el Ejido de San Bernabé del Topo Chico.
83 años después, los nietos de algunos de los protagonistas de aquellas luchas se hacen millonarios con ventas fraudulentas de las que fueron tierras ejidales.
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