viernes, 5 de febrero de 2010

La ley de Dios vs. la ley de los hombres, argumento poco original de Norberto Rivera


“Nosotros, pastores del pueblo de Dios, tampoco podemos obedecer primero a los hombres y sus leyes antes que a Dios. Toda ley humana que se le contraponga, será inmoral y perversa, pues al ir contra su voluntad termina por llevar a la sociedad a la degradación moral y a su ruina”.

Las palabras del Cardenal Norberto Rivera contra las leyes que su moral reprueba (matrimonio entre personas del mismo sexo, despenalización del aborto), hacen recordar los argumentos con que sus antepasados se opusieron a las Leyes de Reforma ¡hace más de siglo y medio!

Se discutían los artículos que formarían la Constitución propuesta por el Plan de Ayutla. El diputado conservador Marcelino Castañeda, inició la discusión sobre el artículo 15, referente a la libertad de cultos, expresando entre otros conceptos:
“En un pueblo en que hay unidad religiosa, ¿puede la autoridad pública introducir la libertad de cultos? ¿Sería conveniente atentar así contra un sentimiento tan profundamente arraigado en el corazón de todos los mexicanos?
Si la tolerancia de cultos es contraria a la voluntad nacional, no puede ser sancionada por una ley, porque esta ley sería un absurdo, sería un contrasentido; esa ley, en fin, no sería ley. Esta no puede fundarse sino en la voluntad nacional, y si se desvía de ella, pierde su carácter y autoriza la rebelión.
… Sería la más grande imprudencia exponer a error a tantas personas que carecen de la suficiente instrucción para distinguir la mentira de la verdad. ¡Cuántos jóvenes abandonarían los preceptos severos de nuestra religión! ¡Cuántas familias, hoy unidas con el vínculo de la religión serían víctimas de la discordia impía! ¡El hogar doméstico se convertiría en un caos y entonces, ¿qué será de nuestra sociedad? ¡Temblemos, señores, ante un espectáculo tan triste y aterrador! ¡Temblemos por el porvenir de nuestro país en tan desgraciadas circunstancias! (José M. Vigil, México a través de los Siglos. Tomo !X. La Reforma).

Al mismo tiempo, el Papa Pío IX declaraba desde Roma:
“Después de haber privado al clero de su doble voto en las elecciones populares por la ley del 23 de noviembre de 1855, el gobierno mexicano le arrebató el fuero de que siempre había disfrutado. El gobierno no temió declarar que jamás sujetaría sus actos a la suprema autoridad de esta Silla Apostólica.
El mismo gobierno publicó dos decretos, por el primero de los cuales intervino todos los bienes de aquella Iglesia, determinando por el segundo su forma de administración. Habiendo levantado su voz nuestro Venerable Hermano Pelagio (Labastida), Obispo de Puebla, contra esos sacrílegos decretos, el gobierno tuvo la osadía de vejarlo, arrestarlo a mano armada y desterrarlo. Fue todavía más adelante, y por otro decreto, se atrevió temeraria y sacrílegamente a despojar a la Iglesia de todas sus propiedades.
Arrebatados los bienes de la Iglesia, el gobierno mexicano ha publicado otros decretos, en virtud de los cuales ha abolido en México una de sus familias religiosas y, por otro, ha declarado estar pronto a prestar apoyo a cualquiera de los individuos de las comunidades del uno como del otro sexo que quieran separarse de la vida religiosa y eximirse de la obediencia que le deben a su propio superior.
Y todavía esto no basta, pues aquella Cámara de diputados, entre otros muchos insultos prodigados por ella a nuestra Santísima Religión, propuso una nueva Constitución, compuesta de muchos artículos, no pocos de los cuales están opuestos con la misma divina Religión. Entre otras cosas, se prohíbe el privilegio del fuero eclesiástico y a fin de corromper más fácilmente las costumbres y propagar la peste del indiferentismo, se admite el libre ejercicio de todos los cultos y se concede la facultad de emitir públicamente cualquier género de opiniones y pensamientos".

Cuando las homilías, anatemas y exorcismos no fueron suficientes argumentos para frenar las leyes de Reforma, los obispos y el Papa bendijeron a quienes al grito de “Rebelión y fueros” sumieron al país en la cruel guerra civil que desangró al país de 1857 a 1860.

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