La radio y los días. 18 de febrero ¿no se olvida? (2)

18 de febrero de 1976. 2a. parte.
Decenas de patrullas abandonaron el lugar entre un infernal chirriar de llantas.
Una multitud, que había sido contenida penosamente, llegaba ya al sitio donde nos encontrábamos. Temían lo peor sobre nosotros, pero el vernos significaba que la tragedia había ocurrido sobre otras personas, ahí muy cerca. Pero, ¿quiénes? ¿cómo?...
Era una madrugada fresca, pero no era el frío el que helaba nuestros corazones.
Alberto Anaya con una comisión, se encaminó hacia el sitio donde se oyeron los disaparos. A la terrible angustia de la espera sucedió el dolor de la certeza: la comisión regresó para informar que había varios cadáveres y muchos heridos de bala. Más tarde confirmamos que habían muerto cinco compañeros de la Francisco Villa y un joven ajeno al movimiento, muerto en su domicilio en la Granja Sanitaria. Las ambulancias comenzaban a llegar y no pudieron obtener más información. La gente de la Pancho había regresado a su colonia. Era el golpe más duro que había sufrido en casi tres años nuestro movimiento.
Todavía envueltos en una densa oscuridad, desconcertados y abatidos, ahí mismo guardamos silencioso luto en su memoria. Por la sangre derramada, nos comprometimos solemnemente a no olvidar jamás el carácter criminal del Pri-Gobierno y a luchar sin descanso contra él, en consecuencia.
Nada más podíamos hacer en ese lugar. Había que convocar de inmediato a las bases de todas las colonias y concentrarnos en la escuela de Tierra y Libertad, para iniciar un movimiento reivindicatorio, exigiendo castigo a los policías asesinos, destitución de los mandos e indemnización para las viudas y los huérfanos, así como para los heridos.
Esa misma mañana inició un movimiento que ganó amplia solidaridad entre la población. Se realizaron enormes manifestaciones, se instalaron campamentos de denuncia frente al Palacio de gobierno, en Colegio Civil y en la Plaza Zaragoza; se inició una marcha a México que se suspendió ante el ofrecimiento del entonces presidente Luis Echeverría de intervenir para ayudar a la solución del conflicto.
Empeñados en luchar contra el enemigo externo, descuidamos realizar la tarea de una auténtica organización proletaria: analizar los errores de dirección que llevaron a esos compañeros a caer en una trampa mortal.
Y el mal apuntaba muy alto: el principal dirigente de la organización "Política Popular", que a partir del movimiento del 68 se proponía "luchar por una transformación del país, para que sea la gran mayoría del pueblo la que rija sus propios destinos", organización a la que a través de Alberto Anaya nos habíamos sumado en Monterrey, ¡resultaría ser un agente del gobierno federal!
Adolfo Orive Bellinger, hijo de un ex-ministro del gobierno de Miguel Alemán, inició con activistas del 68 lo que debía ser una organización independiente y revolucionaria. Pero mientras impulsaba organizaciones "de izquierda" con una mano, con la otra nunca soltó el brazo de altos personajes del gobierno federal, hasta desenmascararse abiertamente al aceptar el nombramiento de jefe de asesores del priista Secretario de Gobernación Francisco Labastida Ochoa en 1996. Y era él quien veinte años antes asesoraba a los jóvenes dirigentes de la colonia Francisco Villa, era él quien dirigía la "lucha a muerte contra la línea socialdemócrata pequeñoburguesa" personificándola en Monterrey con Alberto Anaya; fue el fundador de la oportunista "Línea Proletaria" que en varias regiones del país desmanteló importantes luchas obreras, campesinas y populares; fue él en fin quen nunca respondió por los actos aventureros que culminaron con la masacre del 18 de febrero.
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Hoy, a 34 años de aquellos sangrientos sucesos, Alberto Anaya sigue conmemorando ritualmente aquella fecha, aunque la consigna "¡18 de febrero no se olvida!" no le impide celebrar alianzas para compartir migajas de poder con el partido de los asesinos del pueblo mexicano, incluídos los caídos en aquella fecha. Ni sufre el menor bochorno por mantener como cabeza de la bancada del PT en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal nada menos que al provocador del 18 de febrero, Adolfo Orive.